No tenemos el cerebro que deseamos. Tenemos el cerebro que merecemos. Según empleemos nuestro cerebro, lograremos que se expanda o que se enflaquezca. Así inicia mi columna publicada en Diario del AltoAragón hace varias semanas.
No digo nada nuevo, se conoce desde hace años que existe la neuroplasticidad cerebral, la posibilidad de que nazcan conexiones neuronales cuando estamos estimulados, ante nuevos retos o aprendizajes. Un estudio científico evidenciaba en 1964 que el cerebro adulto podía cambiar anatómicamente, al ser plástico, adaptativo. Antes de esa fecha, la comunidad científica creía que una persona adulta tenía un cerebro rígido, sin posibilidad de cambio.
Hay profesiones y tipos de vida que nos aseguran más que otros ese proceso continuo de aprender, expandir nuestro cerebro, compuesto por más de cien mil millones de neuronas, que cumplen el ciclo de nacer, fortalecerse y finalmente, morir.
Nuestra sociedad tiene una ventaja que la diferencia de hace 60 años. Sabemos que se puede fortalecer el cerebro. Somos conscientes que podemos mejorar nuestro cerebro, expandirlo, incrementar la conectividad neuronal, con un desencadenante favorable en nuestra vida: subida de nuestro rendimiento, productividad.
Pero la sociedad actual no parece un escenario propicio para que nuestro cerebro crezca. Está dominado por las pantallas, que fomentan adicción sin importar la edad del usuario. Cada vez es más elevado el uso excesivo de dispositivos electrónicos ya sea la televisión, el teléfono móvil, la Tablet…. No es de extrañar incluso ver a niños de apenas 2 años con un teléfono móvil en mano, viendo videos musicales o cuentos por internet, mientras su madre o un adulto responsable empuja la silla o carrito por las calles de cualquier ciudad. Parece que, tras dejar el chupete, se le induce a que una pantalla será su calmante, su distracción. Parece una estampa inofensiva ver a un pequeño que no sabe caminar y ya tiene en mano un dispositivo electrónico. Pero no es así.
Los expertos no se cansan de advertirnos que estos dispositivos emiten radiación por radiofrecuencia y son causa de trastornos del sueño, ansiedad, depresión en niños y adultos. Podemos leer investigaciones que confirman que la luz azul que emiten reduce el nivel de la melatonina, sustancia química que avisa a nuestro organismo que precisamos dormir. No es de extrañar que tantas personas presenten problemas de sueño, a cualquier edad.
Los ansiolíticos, antidepresivos, moduladores del sueño son los fármacos más demandados en España, junto a los analgésicos, antiinflamatorios y protectores gástricos, según datos el Observatorio de Uso de Medicamentos, perteneciente a la Agencia Española del Medicamento (AEMPS). Pero la solución no pasa por medicación para dormir. La solución es el cambio de hábitos y una mayor resiliencia ante los reveses de la vida. Ya el catedrático de Farmacología en la Universidad Complutense de Madrid, Juan Carlos Leza, afirmaba para el periódico El Público, que nuestra sociedad está más medicalizada que nunca, ya sea porque las personas se automedican o porque se les receta medicamentos que podrían suplirse con un cambio de hábitos o con terapia.
El doctor Leza, que es también Académico de la Real Academia Nacional de Medicina, pone en el debate público la realidad que atraviesan las sociedades más avanzadas, con incremento de hábitos menos saludables, que condicionan el bienestar emocional y salud física. Sin una toma de conciencia previa, no habrá pastilla que nos garantice el bienestar, la calidad de vida.
Resulta paradójico que cuanto más avanza la neurociencia, peor uso del cerebro hagamos, estamos debilitando nuestra capacidad cognitiva y bienestar emocional al estar enganchados a los dispositivos electrónicos y a la inmediatez de contestar WhatsApp. Hay quienes, si no contestas en cinco minutos, les provocas una crisis de ansiedad. ¿Exagero un poco verdad? Pero sí al menos, presentan incertidumbre e impaciencia.
El célebre médico investigador Ramón y Cajal nos habló del enorme potencial que tenemos para crear nuestro destino, si fortalecemos primero nuestro cerebro. “Todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”. Esperemos que tantas evidencias científicas halagüeñas de grandes maestros de la ciencia sobre cómo podemos mejorar nuestra vida, no caigan en saco roto.
©Rosa Castro Cavero. Comunicadora especializada en divulgación científica. Columna publicada en Diario del AltoAragón.