Hace un mes tuve la suerte de entrevistar y conocer a Gil Imaná, uno de los pintores más importantes de Latinoamérica. Y lo más importante: un ser humano extraordinario, que se emociona cuando recuerda su amistad con el fallecido poeta Pablo Neruda o del amor que sentía por su esposa ya fallecida la artista Inés Córdova, con quien compartió 50 años de su vida.
Gracias a que me ocupo de la comunicación de Alianza Francesa en Santa Cuz de la Sierra, con motivo de sus 50 años, pude conocer a este artista de Sucre, en uno de sus viajes familiares que realizó a Santa Cruz. Pude realizar un reportaje que se publicó en El Deber, en el suplemento cultural Brùjula se publicó artìculo (PDF).
A continuación, copio el artículo publicado.
El reconocido artista boliviano explicó que el amor ha sido su fuente de inspiración. Confesó que su sueño es crear un museo en Bolivia con toda su obra.
Muchos son los reconocimientos recibidos por su extensa obra como pintor, escultor, muralista o dibujante. Pero a Gil Imana lo que más le satisface es el cariño del pueblo boliviano. A sus 80 años, con una delicada salud y una visión casi nula, sigue haciendo lo que más ama: pintar. Su último dibujo “La vida es bella” retrata una mujer con los senos desnudos en apoyo a las mujeres con cáncer de mama. “Hay otros ojos, los de la memoria, del alma, que permiten profundizar y ver un poquito más allá”, asegura este artista chuquisaqueño, que concedió esta entrevista, aprovechando un viaje familiar a Santa Cruz de la Sierra y su vinculación con la Alianza Francesa, que en su 50 aniversario de vida en Santa Cruz le otorgará una máxima distinción, al haber sido su impulsor en Sucre y contar con una destacada trayectoria artística en Francia.
El éxito no le quita la sencillez. “A veces me siento y vienen niños, nos abrazamos y prometemos volver a vernos. Me encantan las personas, en todas hay belleza. Todos estamos hambrientos de solidaridad, de amor. Es lindo reconocerse y andar juntos”, explica y rememora la amistad con el poeta Pablo Neruda, con quien compartió muchos momentos. De ahí que se emocionará tanto cuando el Ministerio de Cultura de Chile le concedió en 2005 la Medalla Pablo Neruda, por su contribución al arte americano.
Haciendo una mirada retrospectiva, Imana recuerda su inicio con una tendencia expresionista de marcado tinte social, como un grito que clama para que nos movilicemos frente a la angustia, al dolor. “Creo que el dolor ajeno me duele más que el propio. La pobreza es dolorosa”, confiesa en esta entrevista intima y profunda, concedida a pesar de haberse despertado mal de salud. Ese dolor por la injusticia, por esa necesidad de solidaridad con los más débiles está visible en su obra, en ancianas con manos huesudas que bordean la muerte, en rostros de campesinos andinos, en madres que llevan consigo a sus bebés.
“¿Cómo no nos va a doler ver una madre que no tiene que dar de comer a sus hijos? Esto nos parte el alma. Pero en ese dolor, también hay belleza, como esos niños que con una maderita juegan, a que vuele, a que sea auto. Al verlos, te emocionas, porque son capaces de ir más allá”. Su fuente de inspiración es el amor, “que está en todas partes, en todas las personas y cosas” y que es más importante que la técnica, “que se puede aprender, pero el amor inspira, da creatividad”, a lo que se une el trabajo y disciplina.
Hablar de Gil Imana no puede hacerse sin nombrar al amor de su vida, la artista Inés Córdova, con la que compartió casi 50 años, y que le inspiró su última exposición de dibujos “La línea del amor”, en 2013. Su muerte le hizo experimentar un “intenso dolor” que le llevó a “descubrir su belleza interna” y comenzar a quererla más. Con ella, compartió reconocimientos como el “Premio Nacional de Pintura” y la condecoración de la “Orden Chevalier”. Al fallecer Inès, François Mitterrand, le escribió una carta nombrándole Oficial de Ates y Letras, “Oficiel”.
Gil Imana quiere a Francia, pero está enamorado de Bolivia. Por eso, desea un sueño “muy grande” que tejía con Inés: un museo que albergue la vasta obra de los dos, así como la de otros coleccionistas particulares, pintores amigos que forman parte de su propiedad privada. Haciendo un cálculo serían unas 6.000 piezas, que desea estén en La Paz, en lo que fue la casa y el taller que compartió con Inés. Para cumplir este sueño ha constituido una fundación. “Yo vine desnudo y desnudo me iré. Voy a dejar todo a mi pueblo, al pueblo que me hizo crecer. Toda mi obra y la de Inés, mis propiedades inmuebles deseo que sea para Bolivia”. Con esa generosidad concluye. Compartiendo con nosotros ese sueño o amor por Bolivia.
Rosa Castro Cavero. Artículo publicado en EL DEBER