La primera caída del caballo

Con Cartucho, el caballo con el que aprendí a montar.

Con Cartucho, el caballo con el que aprendí a montar.

Hace unos cuatro años tuve una intensa inmersión en le mundo equino. Conocí el mundo de la doma natural basado en entender la psicología de los caballos, ver cómo funcionan en manada y así aprender a convertirnos en lo que tanto ansían en su estado natural: un caballo lider o en su defecto, alguien que los lidere, les guíe pero sin imposición. Lo que llamamos Liderazgo natural. Gracias a estar durante un año metida todos los fines de semana en cuadras y estar de la mano de un instructor que era un maestro y un domador, conocí este fascinante mundo. Aquí va uno de los relatos que escribí, que describe una caída cuando montaba a Cartucho.

Rápida doy vueltas al trote inglés. Me dejo llevar por la fuerza, energía de Cartucho y, me olvido por un momento que debo apretar con más fuerza las riendas. Pero mi mirada y pensamiento están en Espartaco, un caballo entero de un precioso pelo castaño brillante,  al que Cartucho y yo seguimos. La velocidad, fortaleza del primero me juega una mala pasada: no cuento con el factor de que es un animal muy asustadizo, muy sensible a los ruidos o imprevistos inesperados.

 

Con Cartucho, haciendo ejercicios de doma en el campo.

Con Cartucho, haciendo ejercicios de doma en el campo.

De repente, al dar una vuelta rápidamente, Cartucho me sacude con fuerza, primero a la derecha y luego a la izquierda. Intento agarrarme a las riendas, pero a destiempo, así que caigo al suelo con fuerza. En los segundos antes del percance sólo recuerdo el elevado sonido del motor de un coche rojo, que sube la carretera, al otro lado de la valla que separa el centro de caballos, en el punto exacto donde me encuentro dando la vuelta. Después, antes de caer al suelo, siento por segunda vez en mi vida la posibilidad real de morir.

Suena trágico, pero así es. Sólo hace años, en un accidente de tráfico, tuve esa impresión. En segundos, rápidamente el corazón se acelera, y uno se encuentra entre el umbral de la vida y de la muerte. Pero esta vez, al caer del caballo, lo hago sin miedo, como si aceptara el destino sea cual fuere. Las piedras del suelo no son un buen colchón para la caída.

Siento gran dolor en las lumbares, y la cabeza también se resiente un poco.  Me ayudan y me siento. Las piernas no dejan de temblarme, y siento dolor en la zona que ha amortiguado la caída. Me doy cuenta de la enorme suerte que he tenido: si hubiera caído con la cabeza, ahora estaría tumbada muerta en el suelo.

trote ingles

Un momento que monto a Cartucho, al trote inglés.

Mi instructor en el mundo de la doma natural y equitación, Jesús, se pone nervioso, acude con nosotras. Recuerdo haberle oído un grito cuando me vio en el suelo. Pero se da cuenta que estoy bien, que gracias a Dios sólo ha sido un susto, una advertencia de que hay que estar siempre alerta encima de un caballo. Me explican que Cartucho ha actuado así al imitar o contagiarse del miedo de Espartaco, que se ha alterado de la gran velocidad de ese coche rojo, pero que ha sido controlado por Jesús, que como buen jinete ha remitido este miedo y ha centrado al caballo. En cambio yo, debido a un exceso de confianza, ya que  sé que Cartucho nunca se asusta de esa manera por el ruido de los coches, ni por otro imprevisto, me he encontrado totalmente desbordada ante una situación para mí nueva.

Es curiosa la naturaleza. Cómo un caballo entero, con fuerza, brío y energía descomunales puede ser tan miedoso. Espartaco ofrece esa enseñanza: el miedo en los animales, como en las personas, es irracional. Tal vez alguna mal experiencia vivida o un exceso nivel de alerta continuo… Sea cual sea la razón este caballo ya no volverá a ser cabecera de ningún otro cuando se salga de ruta, para evitar que al asustarse contagie a los demás, que lo siguen como caballo líder; según me contó el día siguiente Jesús.

Ya a las seis de la tarde, dos horas antes de que ocurriera el accidente, Espartaco me había demostrado su carácter miedoso, huidizo: Fue atado en un lugar diferente al habitual y Jesús le acercó la silla e intentó ponérsela en la grupa, pero sus cuartos traseros estaban contraídos y sus patas anunciaban con seguridad una inminente coz. El miedo poseía su cuerpo. Era su forma de reaccionar ante una escena desconocida. Mi instructor tuvo que dejar la monta en el suelo, para que el caballo la olisqueara, la viera. Luego cuando se comenzó a relajar, se la puso. Era una forma gráfica de demostrarle que no pasaba nada, que esa nueva posición, ese lugar diferente no entrañaban ningún peligro.

En el entrenamiento de los caballos, como en cualquier animal, se dan premios.... Como galletitas.

En el entrenamiento de los caballos, como en cualquier animal, se dan premios…. Como galletitas. En la foto, estamos con Reyes dando galletitas.

La caída fue sobre las ocho de la tarde, y unos veinte minutos después abandonamos el centro de caballos. Mi pantalón oscuro de deporte y mi camiseta blanca, estaban llenos de tierra, no podían ocultar lo sucedido. Así que mis padres supieron del percance. Pero contrariamente a lo que creía, no le dieron más importancia. Mi padre, un hombre curtido de campo, que había salvado la vida en muchos accidentes de tractor, de coche,  entendía perfectamente que el riesgo forma parte de nuestra existencia, del medio natural. Y curiosamente, él era un ejemplo: no conocía el miedo a este tipo de situaciones. La última había sido hace un mes cuando el coche que conducía se había caído dentro de un huerto, y se le habían clavado los cristales de los vidrios por toda la cara y cabeza. Sangrando, con trocitos clavados, había llegado andando a mi casa, acompañado por un sobrino. El sueño había hecho que cerrara los ojos y desviara el volante a la derecha.

Tras una operación de rodilla, sufría trastornos de sueño, insomnio que alteraban su rutina habitual. Pero tras este suceso, al día siguiente volvió a conducir. En casa no dudamos en que era imposible prohibírselo. Y ahora ya se ha controlado la situación: su insomnio ha desaparecido, su coche permanece en el taller y usa el que tenía mi madre para ir a la ciudad, sin importarnos que ahora esté lleno de tierra y algún saco.

Resulta paradójica la enseñanza que extraigo de esto: cómo las personas que más se exponen, son las que más amor a la vida tienen. Curioso. Esto ya lo conocía de las veces que he tenido la suerte de estar en Latinoamérica, cómo la gente se afana por agarrarse a la vida, a pesar de los riesgos de contraer enfermedades, de conducir por carreteras sin señalización o con una estrechez que hace que las curvas sean todo un peligro, de recibir una paliza por una banda de delincuentes en cualquier esquina, o de acarrear cubos de agua de los aljibes, ante una escasez continua en las zonas desérticas de algunos países…Todo forma parte del día a día de forma natural. Es el ritmo de la vida.

Cartucho de cuartos traseros

Una foto de Cartucho y sus cuatros traseros.

Esa noche dormí con una faja de mi padre, que me protegía las lumbares, y evitaba molestias al moverme a un lado u otro y al levantarme. Por la mañana, al recibir la llamada de Jesús, no dudé ni un segundo: tenía de nuevo muchas ganas de ir al centro de los caballos. No sabía si las pequeñas molestias me impedirían montar a Cartucho, pero de algo estaba segura: no tenía miedo, porque entendía el porqué.

Creo que la mayor parte de las fobias, miedos, ansiedades tienen un componente irracional. Y no es lo mismo caer de un caballo sin saber el porqué, que comprender cómo se ha producido la situación. Pero era curioso, cómo el caballo paraba en el lugar cercano a la vuelta, el lugar donde el día anterior me había dado la sacudida. La razón estaba en mi mente. Mi inseguridad interior era captada por el animal, y se traducía en STOP.

Poco a poco fui forzando mis pensamientos: “Rosa, no pasa nada, el caballo lo hará perfectamente”, “Estoy alerta, estoy preparada para cualquier imprevisto”…. Y así es como conseguí dar vueltas completas a esa pista de piedras donde desde hacía algo más de un mes acudía casi todos los fines de semana, con el deseo de conocer mejor estos animales, que eran para mí todo un foco de atracción. Fueron pocas las vueltas, y la mayoría al paso, poco fue lo que troté esa mañana de domingo. Pero ya había vencido el paso de montar tras una caída.

Ese domingo también hice algo que me fascina: dar cuerda a un caballo entero. Es increíble sentir a sólo unos pasos todo el ímpetu, belleza de Lancero, un caballo tordo, que todavía no está muy hecho a la cuerda, por lo que es todo un reto para mí. Con las manos le intentaba trasmitir firmeza, y al cambiar el sentido de giro, acortaba la cuerda y trataba de dominar sus cuartos traseros, para evitar que se pusiera de manos. Hacía calor, el movimiento circular me llegó a cansar un poco, pero no podía dejar de ver girar y girar a ese ser a mi alrededor. A ese torrente puro, auténtico, tan cerca, tan cerca. Me sentía orgullosa de poder controlar su movimiento, de tener la cuerda floja, suelta, y ver cómo atendía a las llamadas que mi mano le hacía.

Quedan siete días para que estas experiencias vuelvan a repetirse, ya tengo ganas. Además la próxima cita será todavía mejor: vendrán amigos como Pilar, Reyes,  junto a Carlos y Jesús podré aprender más cosas, vivir nuevas situaciones. Experimentar toda esta belleza en movimiento.

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Una respuesta en “La primera caída del caballo

  1. JESÚS dijo:

    Hola Rosa:
    Todavía está muy presente en mi recuerdo, la infructuosa caída. Aunque siempre tiene uno la capacidad para quedarse con lo bueno de las situaciones vividas. Que estoy seguro que en ti, predomina esta virtud.
    Me alegra mucho, que te hayas decidido a publicar tu experiencia con los caballos; dado que tu pluma, embellece, si cabe, a estos extraordinarios seres.
    Saludos cordiales, Jesús

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