Los caballos no toleran jinetes miedosos

54450034

Un caballo, Lancero, sale de la cuadra a galope.

Durante la semana  en una oficina, redactando noticias e informaciones de divulgación científica, y viviendo en Zaragoza, una ciudad española de más de 600.000 habitantes. Un contraste con mis fines de semana: en Barbués, el pueblecito oscense al que pertenezco, donde está mi casa familiar porque mi padre es agricultor y amante de los campos de arroz, trigo, cebada y otros cereales.

Esa era mi realidad hace cuatro años, antes de viajar a Bolivia. En mi pueblito pasaba los sábados y domingos, lejos de la urbe. Pero mejor dicho, donde estaba metida horas y horas era metida entre cuadras y pastos, aprendiendo del mundo de los caballos. Lo recuerdo como una experiencia mágica de una belleza y libertad brutales, contagiándome del espíritu libre de los caballos y aprendiendo la doma natural.

Fruto de esta experiencia personal he escrito algunos relatos en mi diario, que ahora con el paso de los años y perdida la timidez me animo a compartir. Aquí va uno de ellos. Habla de una emoción que todos conocemos muy bien: el miedo.

Cada fin de semana los caballos del centro de Jesús me reportan toda una enseñanza. Esta vez me han conectado con la sensación paralizante, angustiosa que provoca el miedo. Y por eso tenía claro que ese bloqueo es el que trataría de describir hoy lunes. He tenido que esperar a hacerlo ahora, porque tengo la manía o costumbre de no poder escribir bien las ideas, vivencias si no es con el ordenador, por eso he retrasado un día a plasmar todo lo que pasó por mi cabeza y mis sentidos. Para no perder detalles, y expresar lo latente, tendré que acostumbrarme a llevarme el portátil a Barbués: mi pueblo y el lugar donde se ubican estos caballos.

pruebas doma Hispano II

El instructor realiza pruebas de doma natural en Hispano.

«Es una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario; Un recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea». Estas son las dos definiciones que el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) da a la  palabra miedo. Un psicólogo hablaría más extensamente y explicaría que este sustantivo está en la base de múltiples trastornos o enfermedades.

Y curiosamente esta mañana de camino al trabajo, y antes de acudir al diccionario de la RAE, me han repartido el periódico gratuito Metro y al hojear los titulares me he encontrado con esta palabra. En negrita en grandes letras he leído: “El uso del miedo es fácil, apoyarlo es costoso”.

Se trataba de un artículo en el que se entrevistaba a Pilar Jericó, doctora en organización de empresas y autora del libro “No miedo”, que respondía a las preguntas del periodista explicando que la mayoría de las compañías utilizaban esta emoción como modelo de gestión. Hablaba de los diferentes tipos de miedo: el equilibrante, que es una sensación sana que nos ayuda a identificar problemas y a ser prudentes; y el tóxico, que te paraliza y hace que no tomes decisiones por temor a equivocarte. Explicaba el liderazgo en base a la confianza y cómo los jefes debían incentivar a los empleados, no ocultarles información, en lugar de atesorar el poder y no saber delegar, repartir o confiar.

Pero lo que más me gustó de toda esta entrevista fue que recurrió a la naturaleza y a sus leyes para comentar cómo debe ser nuestro equilibrio interior, para evitar que el temor al fracaso nos nuble la vista y nos haga sentir miedo.

El ejemplo que daba era sencillo, ya que en los animales no existe la concepción de error o fracaso: la cebra se salva casi siempre, _el  90% de los casos_, del ataque del león. Así que esto traduciéndolo en la terminología humana sería que los leones en sus intentos de cazar cebras sólo tienen éxito en el 10% de las ocasiones.

Una lectura fácil extraigo de esto: el rey de la Selva no deja de ser grande por tener tan pocos aciertos, no se debilita, sigue teniendo la misma fiereza, la misma velocidad, la misma o mejor técnica de ataque… Todos lo respetan porque él mismo se respeta. En cambio, a los humanos nos es difícil no machacarnos cuando erramos y somos nosotros solitos los que nos vamos debilitando, haciéndonos más y más pequeñitos. Hasta poder llegar incluso a olvidar nuestra esencia, nuestra fuerza interior, nuestro agarre a la vida.  Esta experta expresaba una opinión que comparto: lo contrario al amor no es el odio sino el miedo.

Un ejercicio bastó para que sintiera pánico, miedo encima de un caballo. Carlos, un amigo, me propuso el sábado por la tarde que montara a Lancero, _su caballo y el más tranquilo de los cuatro que tiene Jesús_, y que nos fuéramos a dar una vuelta por los caminos que rodean el centro. Era la primera vez que me subía encima de este caballo, pero a la vista estaba que era mucho más tranquilo y menos sensible que Cartucho, con el que estoy aprendiendo a montar.

Dudé unos segundos por la inseguridad provocada por la caída que dos semanas atrás había tenido con Cartucho, pero deseaba sentir la libertad que da ir por caminos de tierra, contemplar campos, sentir que mi cuerpo está más cerca del cielo… Así que afirmé que sí, que deseaba esa pequeña excursión, pero insistí a Carlos que fuera delante con Cartucho y que no se le ocurriera galopar.

El instructor decidió acompañarnos con Espartaco, un caballo entero de precioso color castaño, debió intuir que interiormente no estaba muy segura. Y así fue, a los pocos metros de la salida del centro, ya en un camino de tierra, sentí un miedo atroz, porque notaba que el caballo no me hacía caso, bajaba su cuello con fuerza hacia el suelo, intentando quitarme el control de las riendas. Yo, a la desesperaba, le trataba de enderezar hacia arriba con fuerza, pero no había manera. Empecé a notar que no controlaba para nada al caballo, que estábamos en un descampado, y que el camino de tierra parecía no tener fin.

Mi pulso y el latir del corazón se aceleraron, porque se me vino a la cabeza el pensamiento de que ese animal iba a ponerse a galopar en cualquier momento, y que yo no podría controlarlo. Le frenaba, no deseaba ir la primera, por esta sensación tan acuciante de inseguridad, deseaba que fueran Carlos o Jesús delante, porque notaba que estaba encima de algo que no dominaba en absoluto y por nada del mundo quería que el caballo se adelantara a ellos dos. Al ver que por muchos intentos que hacía por sujetar las riendas el caballo avanzaba unos metros y tiraba con fuerza hacia al suelo, decidí desmontarme. El miedo era porque sentía la amenaza, o mejor dicho porque no sucedía lo que yo deseaba, y no encontraba la forma de serenarme, de relajarme, de confiar en mí misma y de llegar a solucionar el conflicto de liderazgo que me planteaba Lancero.

El color del rostro debió de cambiarme en esos diez minutos, porque todo mi cuerpo estaba contraído, asustado, al tiempo que las pulsaciones aumentaban. Después ya de regreso, en el centro, el instructor me propuso darle cuerda a Cartucho y después montarlo. Fue fácil al principio, porque Jesús le daba cuerda y al trote inglés yo lo montaba, con la confianza de que yo no lo dirigía, que el animal se limitaba a girar y girar según las órdenes de él.

Luego desenganchó la cuerda de la cabezada, y yo sola monté a Cartucho, cogiendo poco a poco velocidad, haciendo una O gigante que abrazaba todo el recinto. Mi padre, junto con Carlos, y con Jesús estaban sentados en un traste de maquinaría agrícola, pero yo no atendía a nada, estaba alerta, con los sentidos puestos en el caballo, y en cualquier amenaza (ruido de coche, moto, presencia de personas…) que pudiera distraer o asustar a Cartucho. Tras la caída sufrida, he aprendido a estar siempre en alerta en el caballo, por eso ahora tengo las manos con alguna ampolla y aspereza, porque sujeto las riendas continuamente, pensando que si da un movimiento brusco no me va a tirar de nuevo al suelo.

Jesús y Carlos, viendo que ya había ganado más confianza me insistieron en que era normal lo que había sentido, que el miedo tras un accidente es normal, y que poco a poco iría desapareciendo. “Parece que te ha vuelto el color a las mejillas, antes estabas blanca” . También me comentó que no olvidará esta emoción, porque es la que sienten los caballos multiplicada por 20. Así que si yo tenía miedo, el caballo lo tendría más, con lo que el binomio Rosa-Lancero no es de extrañar que no hubiera ido muy lejos…

 Cada día que pasa tengo más claro el efecto terapéutico de los caballos, porque nos conectan con lo que somos, sin caretas ni disfraces. Las personas agresivas deben aprender a ser más justas si desean que un caballo les obedezca. De la misma manera, las personas que tenemos miedo al fracaso o a no tener control de las situaciones, debemos quitarnos este bloqueo si queremos que un caballo nos haga caso.

Esta entrada ha sido publicada en Caballos, Reflexiones y etiquetada como , . Guarda el enlace permanente.

Una respuesta en “Los caballos no toleran jinetes miedosos

  1. nieves dijo:

    Rosa ¡¡ Cada vez más sabia … Todo son señales, todo tiene que ver con nosotros, y la naturaleza tiene tanto que enseñarnos . Sólo hay que estar atentos…. y tú lo estás.
    Preciosa reflexión sobre el miedo y el control.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *