María Novo: “Necesitamos idear soluciones nuevas a viejos problemas”

La Organización de las Naciones Unidas estableció en el Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, en 1987, la prioridad de establecer políticas comunes que favorecieran el desarrollo sostenible, definiéndolo como la “capacidad de satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”.

Han pasado ya más de dos décadas desde entonces, y la crisis actual no hace otra cosa que reflejar que el planeta agoniza: la pobreza se ha incrementado y los desastres naturales se suceden, dejando riadas de muertos, como está ocurriendo en el estado brasileño de Río de Janeiro, donde las lluvias torrenciales se han cobrado la vida de más de 300 personas.

María Novo, Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, y Catedrática UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) reflexiona sobre esta crisis ambiental y las soluciones para avanzar hacia la sostenibilidad en su obra “El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y educativa”.

Esta experta, directora del Proyecto ECOARTE para la integración de ciencia y arte en el tratamiento de cuestiones ambientales, desvela cuales son las claves para salir del impacto de la globalización, que nos ha llevado a “un archipiélago de riqueza rodeado de un mar de pobreza”.

En esta obra usted plantea que la única forma de comprender la actual crisis ambiental del planeta Tierra es conocer las raíces del pensamiento occidental. ¿Cuáles son esos principales valores y forma de pensar que nos han conducido a la actual situación?

Creo que los actuales problemas que presenta la relación humanidad/naturaleza nacen en las mentes y las conciencias de los seres humanos, en nuestra forma de percibir el entorno y de percibirnos a nosotros mismos con dominadores absolutos de todo lo existente. En ese sentido, la Modernidad que se inicia en los siglos XVI y XVII es decisiva para configurar una cosmovisión occidental que se caracteriza por algunos rasgos básicos: la sobrevaloración del racionalismo y la expulsión de otras formas de conocimiento distintas de las científicas (leer entrevista completa).

La crisis actual pone en evidencia que la civilización occidental debe replantearse el camino, dejando a un lado la creencia de que la simple innovación o tecnología solucionará el problema. Usted habla de la necesidad de un cambio de mirada. ¿Cómo poner en valor una nueva vida que sea sensible y responsable con la Naturaleza cuando durante siglos no se ha seguido? ¿Cómo convencer a la sociedad de que somos parte de la Naturaleza y para nuestra salud y bienestar social debemos ser respetuosos con ella?

Me alegra su pregunta, y veo que estamos en sintonía en cuanto al diagnóstico. Por lo que respecta a la emergencia de nuevos enfoques, de otras formas más amables de relacionarnos con la naturaleza creo que hay que comenzar por plantear una pregunta tajante: ¿de quién es el mundo? …(leer entrevista completa)

El desarrollo sostenible no debe ser una meta, sino una forma de vida. A pesar de las tendencias consumistas o de desconsideración con el medio ambiente, hay muchas iniciativas en la actualidad que están realizando una fuerte acción social a favor del Medioambiente como el Foro Social Mundial, La banca ética, el Comercio Justo o el Movimiento Slow, del que usted es parte en España. ¿Este tipo de acciones nos dan esperanza de un cambio de tendencias o serían simplemente islas en ese “mar de pobreza”?

Mire, yo creo que de lo único que no podemos abdicar es de la esperanza. Estamos retados a seguir imaginando mundos mejores y a esforzarnos por promover cambios en ese sentido. Es cierto que quienes no estamos a favor de la corriente dominante trabajamos en condiciones de alta incertidumbre, sembramos nuevas ideas, interrogantes, propuestas, sin saber muy bien dónde y cómo cuajarán y tomarán vida. Pero esa es la grandeza de todas estas iniciativas, atreverse a pensar de otra manera, otear lo invisible e intentar hacerlo manifiesto, ensayar modelos de intercambio y de vida que no sean agresivos con el medio ambiente y que favorezcan la equidad social… (leer entrevista completa).

La educación es clave en ese cambio hacia un mundo sostenible y puede aportar parte de las soluciones. En esta obra usted menciona el término psicológico de resiliencia, que se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a períodos de dolor emocional, para que educativamente las personas puedan aprender y desarrollar nuevas estrategias para vivir en un mundo mejor. “Educar no sólo con la razón sino con el corazón”. ¿Cómo lograrlo?

Está comprobado que una educación meramente racional, que no movilice los sentimientos y la conciencia, es un proceso frío que no alcanza al ser humano en su totalidad. Necesitamos educar a nuestros niños y jóvenes para que utilicen su imaginación y sean capaces de imaginar soluciones nuevas para los viejos problemas. También es importante educarlos en la resolución pacífica de conflictos, que tiene una gran carga emocional, algo que va a serles necesario a lo largo de toda su vida. Y es muy importante fomentar la resiliencia, esa capacidad de utilizar a nuestro favor circunstancias que nos vienen en contra, convirtiendo los retos en oportunidades. (leer entrevista completa).

Vivimos demasiado deprisa. El ritmo occidental es frenético y el no hacer nada es sinónimo de vago. Parece que el hacer y el tener son los principales verbos. Usted también ha sido consciente de ese correr a ninguna parte y esa deshumanización o neurosis colectiva y acaba de publicar “Despacio, despacio…”. Cuente un poco esas 20 razones que argumenta para tomarse la vida de forma relajada.

En primer lugar, he de decir que la lentitud es una metáfora. Lo que propongo en el libro es, en realidad, una vida personal más sostenible, más equilibrada, y desde luego la prisa no contribuye a ello. Pero no quiere decir que siempre haya que ir lentos, sino más bien que hay que tomarse tiempo y sosiego para saber cuándo debemos correr y cuándo debemos pararnos. En realidad, ahí está el secreto, en respetar nuestros ritmos biológicos, nuestra vocación, nuestras capacidades, no intentando correr detrás de muchos de los señuelos que nos lanza la sociedad moderna: la riqueza y el éxito como única medida de la felicidad; la necesidad de estar siempre moviéndonos de un lado a otro; la vanidad que supone presumir de tener la agenda siempre llena, cuando eso debería ser un signo de mala organización… (leer entrevista completa).

Rosa Castro

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