Pasión por la vida y la vocación

La vio tres veces. La primera fue hace un mes por pura casualidad: Marta estaba en casa, escribiendo en el ordenador, y optó por hacer zapping y mirar qué había de interesante en la televisión.

Un barrido rápido hizo que no dudará, y optará por un determinado canal televisivo, hipnotizada por la fuerza expresiva, mirada intensa y voz enérgica de una señora de pelo blanco de unos sesenta años, que hablaba con enorme entusiasmo, como si estuviera recitando un papel en una obra de teatro.

No sabía al principio quién era, ni su profesión, pero pensó que esa pasión en el discurso era el reflejo de una vida guiada por la pasión. Y no se equivocó: se trataba de Josefina Castellví, primera oceanógrafa española y la primera jefa de la base antártica Juan Carlos I. .

Un popular periodista y presentador de televisión le hacía preguntas que iban desgranando cómo una mujer había roto todo tipo de clichés de la España de los años 60, logrando meterse en un mundo exclusivamente masculino hasta esa fecha. Ella respondía y dejaba ver la enorme vocación que sentía hacia la Biología Marina, que la había llevado a ser una investigadora de prestigio en el Instituto del Mar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y a ocupar luego puestos de responsabilidad política científica.

“Si no se conoce una cosa, no se puede amar”, argumentaba para que se entendiera cómo una persona es capaz de pasar largas temporadas en la Antártida, alejada del mundo, soportando situaciones de dureza. Esa misma frase se la escuchó Marta en otras dos ocasiones, para explicar por qué nosotros, la sociedad, no tenemos ese mismo amor que ella al mar. “Y es peligroso que las personas no conozcan los fondos marinos, porque no harán por cuidarlos”.

“El océano es la primera cloaca de la humanidad, donde todo va a parar. Cuando la gente ve el mar y dice qué bonito, no sabe la suciedad que esconden sus fondos, lo mal que está la flora marina”, explicaba la segunda vez que Marta vio a esta científica, esta vez en persona. Fue un martes invernal, en Zaragoza, en el ciclo “Conversaciones en la Aljafería”.

Se hizo corto el tiempo que esta investigadora estuvo explicando una vida “de 40 años divirtiéndome, donde no me he sacrificado sino que lo he hecho por gusto, porque he tenido la suerte de dedicarme a lo más me gustaba”.

“Esa pasión en su forma de hablar hace que cualquiera tenga interés por escucharla”-, pensó Marta, que no tardó ni unos segundos en entender que se hallaba frente a una persona valiente, que optó por un camino que estaba cerrado hasta ese momento, hasta el punto de tener que irse a Francia a especializarse en Biología Marina, porque no existía en España, donde tampoco se dejaba que una mujer subiera a los barcos con los investigadores.

Pero ella con ese enorme amor por el mar, y esa energía rompió todos los convencionalismos. Tanto que al ser jefa de la base española Juan Carlos I en la Antártica _fruto del impulso ejercido por ella y otros dos investigadores_ se ocupaba de todo tipo de labores para hacer posible la vida allí. “Mi misión era que los científicos que llegaban soportaran la soledad, la incomunicación. Yo hacía lo que hiciera falta, desde cocinar, arreglar tuberías…”, apuntaba Castellví, conocida por sus colegas como Pepita.

Ahora, a sus sesenta y tantos años esta señora de pelo gris ofrecía un testimonio interesante, que contrastaba con el modelo estándar de una vida estable, cómoda y tranquila, hacia el que la mayoría de la sociedad parece desear conseguir.

“No hay que tener miedo”, es lo que afirmaba esta científica. Una verdad importante para Marta, una joven licenciada en periodismo que se intentaba abrir camino en un mundo intrincado en el que era necesario “amar la profesión” y escuchar ese gusanillo interior que años atrás le había empujado a estudiar periodismo, tratando de aprovechar la oportunidad de ser periodista para adentrarse en mundos ajenos al suyo y conocer a personas con las que de ninguna otra manera podría llegar a coincidir.

Esta joven fue enviada a cubrir la noticia de Josefina Castellví para un periódico local. No lo hizo mal, pero, más que con la importancia de los estudios científicos en la Antártida y su repercusión para analizar el cambio climático y proteger el medioambiente, Marta se quedó con la expresión y la entrega de esta mujer.

Halló en su discurso un impulso a tirarse al trampolín de lo que uno quiere, sin miedo al vacío. Un lema a seguir por los jóvenes y los que no lo son tanto, impidiendo que dejen a un lado la vocación, impidiendo que escuchen al run run de: “esa carrera no tiene salidas”, “ese trabajo no te dará dinero”, “con ese sueldo no podrás ahorrar”…

Marta tardó menos de una hora en redactar la información objetiva y veraz sobre la intervención pública de esta oceanógrafa. Pero al día siguiente todavía tenía el discurso en la mente, al tiempo que observaba detenidamente a la gente de su alrededor, dándose cuenta de que eran pocos los privilegiados (o arriesgados) que trabajaban en algo que realmente les apasionara. Unos por no poder costearse unos estudios o no encontrar el trabajo que ansiaban y otros, la mayoría, porque habían optado por una vida más cómoda, sin escuchar el motor de arranque interior.

Pero a la larga, el dejarse llevar por la pasión no ofrecía más que ventajas. A Marta le vinieron a la cabeza noticias, informaciones de expertos y psicólogos que argumentaban que el hastío eran el mal de nuestros días, de ahí la efervescencia de terapias alternativas y la necesidad de desestresarse.

Marta sentía que había comprendido un mensaje, como quien consigue descifrar un código o como quien recoge un testamento de vida. Esa semana escribía noticias, asistía a ruedas de prensa y leía la prensa, pensando que estaba en el lugar que tenía que estar, y que su situación hoy por hoy precaria sería momentánea, ya que seguía el impulso marcado por su vocación, que hacía que no mirara al reloj y no le importara echar más tiempo en su jornada.

Esos días un familiar le preguntó: -“¿Qué seguridad tiene tu contrato de trabajo?”. “La seguridad de darme ilusión, conocer cada día un poco más que en muchas profesiones… que a cambio ‘nos venden seguridad’. Estoy donde quiero estar”, contestó ella con firmeza, consciente de que una mujer sabia le había trasmitido su verdad.

Rosa Castro. Artículo publicado en el libro «Soy canalla» de la Asociación de Prensa de Aragón.

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2 respuestas a Pasión por la vida y la vocación

  1. Muy bien Rosa. Fiel a la personalidad de «Pepita»

    • rosacastro dijo:

      Así es Miguel, estoy en el blog subiendo contenidos, relatos, artículos. Y me acordé del escrito sobre Castellvi. Esta mujer y su trabajo inspiran mucho. Abrazos!

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