Es un chinche alargado y marrón al que le fascina chupar la sangre, especialmente por la noche, cuando el sueño inmoviliza a sus víctimas humanas o animales. Vive en climas tropicales y transmite una enfermedad parasitaria endémica de América: el mal de Chagas, que padecen unos 18 millones de personas y otros 100 millones están en riesgo de contraer, afectando así al 25% de la población latinoamericana. En cada país se bautiza con un nombre. En el caso de Bolivia, este insecto se llama vinchuca.
Su hábitat preferido son míseras poblaciones rurales latinoamericanas, como el Chaco Boliviano. Allí, en las casas de adobe, que dan cobijo a familias numerosas, las vinchucas son las reinas del hogar. Los niños incluso juegan a ver quién consigue capturar un mayor número. La muerte y la vida son las caras de la moneda que en ese lado del mundo suelen decantarse por la primera. Es ‘increíble’ que tras 100 años desde que se descubre esta enfermedad por el médico brasileño Carlos Chagas, haya gente que muera por este bicho que habita en las viviendas latinoamericanas más pobres.
La investigadora valenciana Pilar Mateo lleva más de 13 años investigando el protozoo causante de esta patología, que se transmite a través de la picadura de la vinchuca o por transfusiones de sangre, y ha logrado diseñar una pintura resinosa que incorpora inhibidores de quitina para controlarla.
Hace un año viajé a Bolivia para conocer cómo se controla esta patología a brochazos en las comunidades guaranís, junto a Pilar Mateo y a Javier Lucientes, investigador y profesor titular de Parasitología de la Universidad de Zaragoza. Recuerdo cómo una mujer resignada, con un cansancio permanente y apenas vida en su cuerpo y rostro, desgranaba mazorcas de maíz, acompañada de sus hijos y por un puchero que hervía sin prisas. Con apenas 40 años parecía una anciana. Estaba infectada por la enfermedad de Chagas. En su mísera casa descubrimos muchas vinchucas escondidas entre las grietas de barro, dispuestas a atacar por la noche.
Hace unos años esta patología estaba enclavada en el Cono Sur. Ahora ya no conoce fronteras. Este artrópodo no se adapta a nuestro clima y sigue viviendo allí, pero se están registrando enfermos en Europa. En nuestro país, 67.000 personas la padecen.
Así lo manifestaron en Zaragoza, del 5 al 8 de julio, los 200 expertos del XII Congreso Ibérico de Parasitología. Los movimientos migratorios, los viajes turísticos y el cambio climático se alían para que esta enfermedad y otras como la malaria se conviertan en un problema sanitario de salud pública, que precisará competentes unidades especializadas en medicina tropical que diagnostiquen y traten a personas con estas enfermedades. Todo está interrelacionado en este mundo globalizado. Somos más vulnerables de lo que creemos.
Autor: Rosa Castro ©. . Artículo publicado en sección de opinión del Heraldo de Aragón.